sábado, junio 11, 2005

Capítulo 8

- ¿Cómo se gesta una amistad? ¿Cómo este mundo enemistado, asustadizo, permite que los "raritos" se unan, que hablen, que busquen, que luchen por volver su realidad menos triste, menos llena de miedo, de individualismo... de soledad?

Pues pone bastantes cauces. El primero es darte una vida de mierda y miedo. Te muestra desde pequeño que el “coco”, “el monstruo del armario” y otros miedos infantiles, van adquiriendo rostro e identidad. En “Rambo” tenían rasgos e identidades orientales, chinescos. Con John Wayne, eran de piel rojiza, indiacos, y además portaban armas mortíferas, muy dañinas, arcos, flechas, dagas y otros horribles instrumentos de guerra. Menos mal que "nosotros" contábamos con la fiabilidad de nuestros Winchester. Ciertamente, los Winchester eran más mortíferos y certeros, pero como estaban en el bando de los buenos, y el bando en el que estés determina tu paso a la historia, o mejor, a los libros de historia editados en editoriales "nuestras", pues nada, los Winchester fueron aliados del bien.

Por último, y tras un duro proceso de asimilación, los miedos cervales y los temores más profundos, se integraron. Superaron la barrera del color de piel, que había sido el criterio identificador, y se unió en una "Liga". La Liga de los hombres "malosos". Su eslogan era sencillo:

"Todo lo a-normal, es malo". Claro que “gentes a-normales” también convivían dentro de los "nuestros" (rojos, Jesucristos, anarcos, drogatas, vagos y maleantes, judíos, pobres que no quieren trabajar habiendo trabajo, madres que no obedecen a sus maridos, hijos que prefieren alterar el camino detallado por los padres, etc.)

Nos entró el pánico por ser, o al menos parecer ante el resto (que es más provechoso), "normales". Ropa normal, hábitos normales, dichos normales, pensamientos normales, trabajos normales, diversiones normales, trastornos mentales normales, paranoias normales, etc.

Y era tarea difícil. No es fácil ser normal cuando en la sociedad rige eso de "que gane el más fuerte". De hecho hay muchos que se han quedado como a-normales, y malos, y raros, y nocivos. Continentes enteros.

Éste, como decía, es el primero de los cauces que nos han puesto para juntarnos, nosotros, los raritos. Estamos tan asustados que nos hemos cansado de temer. Sinceramente, estoy hasta los cojones de que siempre sean los mismos los malos. ¿Qué me han hecho a mí los afganos para temerles, o los iraquíes, o los desempleados, o los vagabundos, o las madres solteras? ¿Por qué no fundar mis temores en hechos más evidentes como las rebajas de pensiones, los recortes de sanidad, las "entradas forzadas" en guerras, las manipulaciones de las noticias, etc.?

En la burbuja del miedo, es más difícil distinguir al enemigo y confundir al amigo. El miedo te aprisiona, no te deja ver con claridad. Te sumes y resumes en "ser normal".

Otro gran cauce que pone este sistema grandioso para que la gente rarita se quiera, y necesite conocerse, es la soledad. Tanto miedo, tanto esfuerzo por ser normal , tanta "chorrada" de protocolo social y formas, tanta manipulación de conductas y hábitos y tantos productos iguales en el súper, nos hacen seres muy solitarios. Individuos que caminan entre individuos, como zombis entre zombis. En silencio, entre miradas furtivas, en el metro, en los ascensores, escaleras, calles... "¿por qué me mirará tan raro?" "¿Ese qué mira?" "¡Qué Buena/o está, le diría un par de cosas pero...!" "Parece triste, le preguntaría por qué, incluso le daría un abrazo, pero..." Todos juntos y a mil kilómetros del otro.

Esta "soledad impuesta" es el gran cauce para querer juntarse. Querer hablar, querer compartir. Querer encontrar más gente que desee no ser normal por un rato. Ser raro. Filosofar, que se te vaya la pinza, que todo sea debatible por un rato, poder pensar: “¿qué diría Bob Marley tras fumarse un canuto?”

Tras el miedo y la soledad, la necesidad tranquila y antropológica de relacionarnos con los demás es otro cauce. Mejor dicho, la "represión" de esta necesidad.

¿Dónde hablamos? ¿En casa con los padres y hermanos? Malamente. Ya se sabe, cada uno haciendo su vida. El padre que curra, el hijo que estudia, la madre que ha dejado una nota en la nevera, el hermano que está en la Luna...

¿Quizá en clase? Puede que sí, entre apunte y apunte, entre un "no me copies" y un "mañana te traigo los apuntes" puede que rescatemos alguna conversación digna.

Pero ¡cómo no! Están los fines de semana; donde se impone el pedo y el Bar. Donde los jóvenes se relacionan de puta madre entre Bisbal a todo volumen y King África y su "Bomba". Bueno, hay derivados, están las discotecas y el bummping, el bar y el kinito en una sala llena de ruido y humo bien sano. También las calles del Casco Viejo de la ciudad llenas de orina y olores, etc.

Lo que es una constante es el alcohol y el tabaco. Vayas donde vayas el fin de semana, al llegar a casa no hueles a calle, no, hueles a humo. Además, aunque no bebas, llegas semi-embriagado de ver riadas de alcohol fluyendo directamente de la barra del empresario, al gaznate del consumidor.

Tras este ejemplo de creatividad y comunicación en el ocio, cabe preguntarse lo lógico: ¿Por qué? ¿A qué se debe esta afluencia masiva de gentes ávidas de interacción y experiencias sensitivas a estos centros distribuidores de drogas y decibelios? ¿Quién desea que ese divertimento "normal" se perpetúe? ¿Quién es el interesado y beneficiado de esa tónica general si es que lo hay? Yo no creo que el/la joven que llega con el pelo ahumado y se levanta con resaca y alguna neurona menos, lo sea. Tampoco creo que haya tenido unas conversaciones aristotélicas esa noche. Más bien creo que no habrán pasado del: "¡Hey tío! ¿Qué tal? ¿Ya estás de exámenes? ¡Jo! que palo... ¿Quieres? Es kalimotxo... ¿A dónde vaís? Nosotros al Antzoki. Que lo paséis bien, y no bebáis mucho que vais a necesitar las neuronas en exámenes, jajajaja..."

¿Ja, ja, ja? Yo sí que me río. Tanta profundidad me deja hundido. Bien, pues esto es lo que tiene un joven en su rato de asueto.

Por tanto, los hartos, los cansados, los críticos, los raros, los a-normales que quieren tener un diálogo más profundo que "¿qué hiciste este finde?", están abocados a sacrificar parte de su normalidad para poder conocer personas. Abocados a sufrir el comentario: "¡Cómo se te va!" "¡Jo, que jarto estás!" "¡Qué loco estás!" y tal y tal... para poder hablar, para poder compartir, para poder pensar e invitar a la "clandestina" y "proscrita" reflexión.

El que reflexiona mucho es porque no es normal. Lo a-normal da miedo. Lo que da miedo es excluido por amenazante. Es una lógica aplastante. O mejor, aplasta nuestra "lógica" humanidad.

Cansado de todo esto al joven le entran ganas de huir a la Polinesia, pero no puede. El vuelo vale pasta, mucha pasta. Y además parecería un "rajado", un cobarde. Además el germen del miedo ya ha crecido en él un poquito, y teme a los polinesios y su afición a comer tortugas cocinadas en su caparazón y desprovistas del ticket del matadero.

Te atan los padres, los hermanos, los amigos, el miedo, las expectativas de futuro, el Audi A3 que siempre te ha gustado, el currículum que te has trabajado, el E.G.A que en la polinesia no vale de mucho, los chocapics y los sanjacobos que dudas que conozcan los de la tortuga asada, la más que probable ausencia de dentistas y cardiólogos en el destino deseado, que no hay papel higiénico, ni libros, ni el messenger, ni cobertura para el Nokia, el miedo, el miedo... el miedo... ¡Eso sí! El clima es fabuloso, y la luz ideal para unas buenas fotos, sólo que la tienda de revelado pilla a desmano.

Ante el desaliento, el/la joven abandona la idea. Opta por quedarse, buscar un/a moza/o más o menos "a-normal", por usar sus conocimientos a pesar de ser de prácticas durante 1 año y a 90.000 al mes. Por buscarse un cuchitril donde meterse con su amada/o y los bártulos que había en casa de papa y mama. Por leer algún librillo en verano y trabajar duro el resto del año. Por elegir un destino caluroso en vacaciones y perfeccionar el inglés con planeta de Agostini. Por fumar un porrillo alguna noche y follar salvajemente el camastro que tiene en el cuchitril. Por comprar la Playstation y cenar con los amigos algún Viernes. Por salir el finde por el Casco y acabar en Galerías o en el Antzoki. Por vibrar con el equipo de tu ciudad o el que mejor va en la Liga. Por hacer mil y una cuentas para llegar a fin de mes y poder pagar la usura legal del préstamo bancario. Por una dieta rica en grasas y cancerígenos. Por una moda rica en euros y pobre en originalidad. Por una visita a los padres cada 4 o 5 días. Por ver Discovery Chanel para conocer otros mundos. Por el Audi A3. Por el Nokia. Por las fotos... aunque con la grisácea luz de su ciudad...

El joven opta por la "normalidad". La línea recta. La de los "nuestros". Opta por ello y el espíritu se doma. Como se doma un perro o un caballo.

Pues bien amigos/as. Si esto os sucede, no os resistáis. Al fin y al cabo, Jesucristos sólo hubo uno, y no llegó a los 33. Pero sí os invito a que no dejéis de hablar. Aunque os llamen jartos, locos, que se os va la olla, etc., seguid hablando, reflexionando e invitando a la reflexión.

Que nuestro autoconcepto no esté en manos de los demás. Que su aprobación nos importe un bledo, si ésta, depende de nuestro amoldamiento, exige nuestro olvido y nos reclama ignorar y obviar lo realmente importante.

No seáis unos amargados de esos que la gente prefiere evitar, pero no evitéis las amarguras porque la gente os prefiera. Las amarguras están y son dañinas, y hablarlas ayuda mucho. Por lo menos a no sentirte tonto. ¡Ah! E ignorad a quién sólo quiere vivir feliz en el mundo de lo efímero. Ese no merece la pena. Su felicidad no es sino lástima de sí mismo. No lo digo por envidia. Lo digo porque a mí, personalmente, Aída no me gusta.

Entre Aída y Jesucristo hay muchos puntos intermedios. Elegid uno en el que estéis cómodos, revisadlo de vez en cuando, y ser muy felices. Yo haré lo propio si decido quitarme de la cabeza lo de la Polinesia. No será fácil, a mí la tortuga me chifla.


Malgesini